Hay que ser muy valiente para colocar como marca el nombre de uno. En especial, de aquella valentía que en el campo profesional se traduce en hacer las cosas bien y de una manera diferente, ya que de ocurrir lo contrario la marca sepulta al nombre y viceversa.
Se me ocurrió escribir sobre este curioso tema debido a que estamos rodeados de nombres de marcas que se han construido a partir de los nombres –o apellidos– de sus creadores o impulsores.
CUANDO LA MARCA ES EL NOMBRE
Algunos ejemplos de cuando la marca es el nombre: Dior, Armani, Channel, Ford, Hewlett Packard, Disney y Calvin Klein, entre otros tantos internacionales, pero también abundan los ejemplos locales: Almanza, Clínica Montalvo, Petit & Petit, Cadena de Farmacias Chávez, Joyerías Carrasco, Helados Cabrera y la Churrasquería Don Miguel.
Sin embargo, al conocer el motivo por el cual tomaron la decisión de bautizar la empresa con su propio nombre, encontramos argumentos válidos –en términos de marketing– y otros no tanto.
Corre peligro cuando la marca es el nombre, si esta decisión se fundamenta solamente en una cuestión de egocentrismo, por ende, el nombre de una persona no aporta nada a la marca.
También se corren riesgos cuando la marca es producto de la sumatoria de los nombres de varios miembros de la organización, por ejemplo:
¿qué ocurrirá con la marca el día que alguno decida marcharse de la empresa?
Peor si abre una empresa competidora y créame que ocurre.
Y a mi entender la mayor debilidad cuando la marca es el nombre, ocurre cuando las personas no pueden mantener un estándar de calidad óptimo para el producto o servicio que ofrecen. En este caso, la debacle de la persona arrastra la marca, en otras palabras, fallecen ambos en el mercado.
Pero es innegable que el nombre de una persona o varias puede ser también un acierto. En particular, creo que cuando alguien toma esta decisión adquiere un compromiso profesional de por vida.
Gusto llamarla “humanización de la marca”.
Colocar su nombre o apellido a una empresa, producto o servicio, obliga tácitamente a una superación constante. Obliga a cuidar la vida privada de sus dueños o propietarios, ya que un error humano puede dañar la imagen de marca (para ejemplificar el daño de imagen de marca que una persona puede hacer a una empresa, recordemos cuando el futbolista Diego Maradona fue contratado como ejemplo mundial hacia la juventud por Coca Cola Company y a los pocos meses se vio involucrado en consumo de drogas).
Dicho de otra forma y para expresarlo en lenguaje coloquial:
No le ponga su nombre a la empresa si existe la posibilidad de que en un futuro usted se mande una soberana metida de pata
Finalmente, dejo un tema para la reflexión y que nos indica el tremendo poder de una marca más allá del campo comercial, y que a la hora de crearla, le prometo que casi nadie se fija. Y es la relación de dependencia que una marca establece con las futuras generaciones.
En países como el nuestro (Bolivia), la mayoría de las empresas son familiares y una enorme cantidad de ellas –además de tener un bajo perfil mediático– llevan como marca un apellido.
¿Se han puesto a pensar cuántos jóvenes se han visto presionados por la presión familiar a continuar el negocio por llevar el mismo apellido, cuando en el fondo, tenían talento o vocación para otras profesiones o actividades?
Parafraseando a Al Ries y Jack Trout, en estos casos aparece “la trampa del nombre” y vaya que cuesta salir de ella.
Así que si el destino lo coloca en un futuro frente a la disyuntiva de nominar una marca con su nombre o apellido, o bien, crearle un nombre de fantasía… piénselo tres veces. Una por la empresa, otra por usted y otra por sus hijos.
Cuando la marca es el nombre, la cosa no es tan sencilla.
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