Cada vez que puedo en mis cursos, talleres y conferencias, comento que posiblemente, la última vez que formamos parte de un verdadero equipo de trabajo fue durante nuestra infancia.
Y a ciencia cierta, debo aclarar que “si tuvimos suerte” formamos parte de ese equipo.
Déjeme explicarle y colocarlo en situación.
En todos los barrios – sin importar dónde ni cuándo nació usted – existen niños dispuestos a jugar un repentino partido de fútbol, sea en la calle o en un terreno baldío. Justamente allí aparece en escena un personaje clave, que si bien dista mucho de ser un buen líder, se apropia de la autoridad sin esperar reclamos ni contendientes:
El dueño de la pelota (es bueno recordar, que generalmente, es un pésimo jugador).
Con la pelota bajo el brazo y la mirada en alto, comienza a elegir a los mejores integrantes para su equipo. El mejor arquero, el mejor defensor, el mejor delantero… en fin, un equipazo. Y si alguien osa reclamarle, lo fulmina con la frase:
“Me llevo la pelota”
Al cabo de unos minutos y a punto de iniciar la contienda, el escenario es el siguiente.
- Por un lado, hay un equipo armónico, que se complementa, que tiene antecedentes de éxito y que posee una vocación competitiva: La de ganar, conseguir su objetivo.
- Por el otro lado, lo último que existe es un equipo. Son los que sobran. Los que nadie eligió.
Y poseen una actitud tan pero tan perdedora, que el que ingresa de arquero comenta a sus compañeros de desgracia:
“A los dos goles, va otro al arco”
En fin, cosa de niños, y pienso, también cosa de adultos.
Salvando distancias y años, hoy por hoy, en el campo empresarial ocurre algo muy parecido. Son pocos los líderes que han podido armar equipos de trabajo eligiendo uno por uno a sus integrantes. Y visto desde el otro lado del espejo, son pocos los empleados que ingresan a una empresa y encuentran conformado un equipo fantástico.
Por eso, reitero, trabajar en equipo es una verdadera proeza. No es que no existan talentos para dirigirlos o para formar parte de los seguidores. Se trata de que son equipos armados a la fuerza o “porque no queda otra”.
Sería fantástico, que al igual que en el fútbol profesional, uno pudiese descartar a aquellos jugadores que ya no son productivos (porque han decidido dejar de serlo, son individualistas, o bien, no quieren actualizarse), y contratar en su lugar a figuras rutilantes, cuyos pases o contratación, con seguridad requerirán considerables inversiones que no siempre se disponen.
Entonces ¿Es posible trabajar en equipo?
Sí, cuesta mucho.
Cada persona es un universo inexplorado, y en más de un caso, es impredecible. El aceptar, entender y participar del trabajo en equipo requiere de trabajadores con cierta cultura de solidaridad. Algo que se aprende en los hogares y no en las aulas de universidades y escuelas de negocios. Requiere de un buen líder capaz de conocerlos a fondo y extraer lo mejor de ellos sin fricciones internas.
Trabajar en equipo necesita de gente comprometida –pero realmente comprometida– tras un objetivo que beneficia a todos, como también, necesita de dirigentes capaces de motivar a través de la palabra y del ejemplo, no sólo a través de dinero, bonos, premios, espejitos y collares de colores.
Trabajar en equipo, hoy más que nunca, en una sociedad que alienta el éxito individual y mira de reojo los logros en conjunto, es un verdadero trabajo.
Se trata de contratar gente que sepa más que usted
Por eso, sea consciente que al armar un equipo humano de talentos, usted es el responsable de los resultados que obtenga a través de ellos. Olvídese de las variables simpatía, belleza y servilismo a la hora de contratar seguidores. Se trata de contratar gente que sepa más que usted. Que hagan –en conjunto – lo que usted no puede hacer solo. Que se sientan orgullosos de tener un trabajo digno y aportar sus ideas en un ambiente laboral donde se premia la iniciativa, la innovación y la superación personal.
Los mejores equipos de trabajo que conocí a lo largo de mi carrera profesional, además de las cualidades mencionadas, tenían algo mágico:
Una mística, un credo, reglas de juego únicas acordes a la visión y/o misión que perseguía la empresa.
Soldados capaces de enfrentar la batalla. Dispuestos a tener bajas, sentir la presión, pero a lograr objetivos alcanzables, fruto del esfuerzo, no de la inercia o la casualidad. En fin, a veces sueño con encontrar gente dispuesta a todo esto, pero reitero, cuesta.
Es más fácil ser el dueño de la pelota. Pero el mundo de hoy… ya no es un juego.
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