“Desde que me convertí en madre, no ha pasado un día en el que no me haya preguntado si lo estoy haciendo mal” confiesa Frida, la protagonista de La escuela de las buenas madres, el best seller que está dando que hablar en el mundo.La novela, escrita por Jessamine Chan, es una sátira que representa, de manera sagaz, el desborde y los sentimientos encontrados que vive una mujer cuando trabaja, tiene hijos y, en este caso particular, está prácticamente sola. Todo comienza con un día “muy malo”.
Agotada y sin haber dormido en toda la noche, Frida deja a su hija de dieciocho meses atada a su sillita mecedora y parte rápidamente a hacer algo impostergable por 10 minutos a la oficina…pero terminan siendo dos horas. ¿El resultado? Cuando vuelve en medio de un ataque de desesperación y arrepentimiento, encuentra a Harriet, su hija, con su ex que se queda legalmente con la custodia por el descuido cometido. Solo tiene un camino para salir de esta situación: pasar un año en un reformatorio para «malas madres». Si bien esta historia es exagerada e irreal, representa en forma satírica la exigencia, la culpa, y sobre todo esa sensación de desborde que padecen las mujeres que son madres y trabajan.
“Pareciera que en la sociedad en que vivimos la culpa de las madres es generalizada. La sienten tanto las que trabajan por elección como las que lo hacen por necesidad; las que tienen que asistir a la oficina, así como aquellas que trabajan desde su casa. En este último caso, escucho en mi consultorio mujeres que sufren remordimiento por solo decirles a los hijos: ahora mamá va a cerrar la puerta un rato porque tiene una reunión virtual” explica la licenciada María Luisa Perkins, psicoterapeuta del Centro Dos, una ONG dedicada a la asistencia y a la docencia en psicoanálisis.
Este nivel de exigencia se vio potenciado en tiempos de COVID-19. Algunos estudios indican que durante la pandemia las mujeres en América Latina y el Caribe realizaron más trabajo de cuidados de niños que los hombres. Si bien no se han realizado estudios específicos para Bolivia sobre esta temática, hay algunos indicadores que confirman esta tendencia. Por ejemplo, la cantidad de mujeres que se postulaba a empleos en Trabajópolis cayó un 20% durante los meses de abril a septiembre de 2020 y recién se recuperó de su caida después de que los niños regresaron a clases presenciales el 2021. Esto explica que las mujeres en Bolivia dejaron de buscar trabajo durante la pandemia y se quedaron en casa para cuidar de sus hijos y ayudarlos con el colegio. De hecho, el grado de estrés que vivieron las mujeres durante la pandemia fue de alto impacto. Tuvieron que conciliar hogar y trabajo como nunca antes. Se convirtieron en mujeres orquesta por excelencia, cocinaron, lavaron, limpiaron, dieron contención emocional a los hijos, los apoyaron en el estudio y al mismo tiempo realizaron teletrabajo. Esta situación en algún punto fue inevitable y desoladora, pero también fue un gran aprendizaje para registrar la importancia de delegar y darse cuenta de que las tareas en el hogar tienen que estar mejor repartidas entre varones y mujeres.
Las presiones que sufren las madres trabajadoras son internas y externas. Según los especialistas, el mundo femenino está constantemente sometido al bombardeo mediático de la perfección. Se trata de un mandato social silencioso que permanentemente las va dejando con la sensación de no cumplir con lo que se espera de ellas. “Lo vemos, por ejemplo, en las redes sociales. Las mujeres de hoy pasan mucho tiempo expuestas a modelos o influencers que 10 días después del parto lucen una figura impecable, ya retomaron sus reuniones laborales o su propio emprendimiento, van al gimnasio como si la cesárea nunca hubiese ocurrido y tiene un desborde de energía inimaginable para madres que están amamantando o no durmieron en toda la noche”, continúa Perkins. Pero esto no es todo, hay exigencia también desde los profesionales de la salud. Muchos transmiten a las madres que, ni bien vuelven del trabajo, deben dedicar tiempo de excelencia a los hijos, prepararles una merienda súper saludable, ayudarlos con la tarea y, además, nunca demostrar cansancio ni exasperación. Y ni que hablar si también aparece el mandato que no pueden tener ni un kilo de más y estar sensuales para seguir siendo atractivas.
«Esperamos que las mujeres trabajen como si no tuvieran hijos y críen a los niños como si no trabajaran» dice Amy Westervelt en su libro Olvídate de tenerlo todo. Y así viven, tironeadas con esas preguntas que las acorralan: ¿cómo voy a crecer en mi profesión?, ¿cómo hago para quedarme tranquila con la empleada que cuida a mi hijo?, ¿voy a llegar a tiempo después de la reunión para amamantar?, ¿en qué momento hago actividad física?, ¿qué hago con este cansancio sin respiro?
Según la licenciada Perkins hay una única salida para vivir mejor esta etapa de la vida: tirar el manual. “Esto implica aceptar que no somos perfectas y que podemos errar, estar cansadas e incluso no sacarnos un 10 en todo. Mi propuesta es tomar conciencia de las exigencias internas y externas, saber que existen y que no nos vamos a someter a ellas. En definitiva, aceptar la propia imperfección es un acto de autoestima, nos hace más humanas y más seguras”.
A su entender, las mujeres con amor propio aceptan sus limitaciones, detectan cuando están sobrepasadas y respetan sus tiempos para estar bien. Si bien muchas veces no les resulta fácil, de a poco, aprenden a no compararse con los demás, se animan a pedir ayuda, a trabajar en equipo y a decirse a sí mismas que no pueden con todo. “Cuando apreciamos el valor de nuestros logros, cuando nos aceptamos tal cual somos, además de vivir más tranquilas, también nos es más fácil poner límites y pensar en nosotras mismas”.
Disminuir la carga mental, que no es otra cosa que una cantidad desmedida de esfuerzo psicológico para terminar una tarea, es el pasaporte para disfrutar y vivir mejor. ¿Cómo se logra? “Es clave, tanto en la vida laboral como en casa, saber delegar y compartir tareas tanto con la pareja como con los compañeros de trabajo. Por otro lado, es fundamental también buscar nuestros espacios, y saber decir ‘no’ cuando estamos desbordadas. Al fin y al cabo, todo lo que se realiza con desborde o exigencia no será productivo ni positivo para ninguna de las áreas de la vida en las que nos movemos”.
Aceptar la imperfección, dejar atrás los sentimientos de culpa y salir del lugar de supermadre trabajadora es la única forma de lograr buenos resultados. Conciliar maternidad y trabajo es una ecuación que será posible sólo si aceptamos que, para obtener logros de bienestar, la salud mental, física y emocional es lo primero.